La bilis negra

Que el otoño es estación jodida para el personal sensible no necesita demostración. Personalmente nunca he creído mucho en las teorías que achacan la melancolía o la depresión de este tiempo mudadizo a determinados efectos materialistas, y muy en particular a la merma en la producción de ciertos neurotransmisores que afectarían el psiquismo determinando la actitud del sujeto. Ya se saben muchas cosas sobre el tema –por ejemplo que la adaptación de la visión a la luz tras un periodo de oscuridad se debe a la regeneración de la rodopsina—pero mi sabio amigo el doctor Francisco Yanes me confirma en la sospecha de que la que nos cae encima en primavera o en otoño tiene más que ver con “la novela de la vida” que protagoniza cada cual, que con factores externos. Hipócrates esbozaba ya la cuestión con su teoría de los cuatro humores, la tétrada según la cual a cada estación correspondería uno de ellos –al otoño, en concreto, la bilis negra–, una contribución primitiva que viene de los pitagóricos y que fue ajustada por Empédocles antes de arrojarse al volcán, una teoría tosca donde las haya cuyo crédito fue aniquilado por el psicoanálisis. Ninguna imagen de esa melancolía como el grabado de Durero que Manolo Turner eligió como portada para el ya clásico tratado de Stanley W. Jackson, si no pudiéramos imaginar la de Juan Ramón –“Estaba echado yo en la tierra…”—que se deduce de aquel célebre “soneto espiritual” suyo, el “Otoño”, que él tanto detestó.

No debe de haber receta fácil para este fenómeno aflictivo pero creo que lo que habría que decir de los psiquiatras es que hacen su otoño, no su agosto, cuando los días menguan y muchos empezamos a interpretar a fondo la pacífica pero desequilibrante sinfonía cromática del cuadro de Sempere, el ocre eriazo, los verdes intensos del chubasco, azules huidizos entre el gris que prospera, la luz agonizante palpitando en el aire. Mis buganvillas –rojas, pálidas, amarillas—estallan por última vez junto a los últimos jazmines, mientras madura el azofaifo y asoman los primeros pacíficos, pero el reloj interno nos tiende su añagaza y el humor se oscurece como un ámbito trémulo. Mi amigo experto cree, como Ortega, que el hombre es historia, “novela” dice él, que tanto monta, en la que hay que ajustar humores o secreciones porque este otoño lánguido es el ensueño químico de nuestra propia vida. Las hojas muertas son no más que un espejismo y brotarán de nuevo tras la esquina del tiempo.

4 comentarios para “La bilis negra”

  1. Pangloss dice:

    Ay, los otoños de mi amigo ja! No ví nunca a nadie tan amante de algo y q

  2. Pangloss dice:

    Ay, los otoños de mi amigo ja! No ví nunca a nadie tan amante de algo y que tanto le temiera. Por eso anda siempre entre las buganvillas y las catecolaminas, leyendo esto y lo otro, preguntando con ansia a sus amigos sabedores, sobre estos misterios del ánimo. Lástima que este año, como en otros anteriores, no nos hubiera regalado con uno de sus poemas en prosa.

  3. Miller N.Y. dice:

    Me excuso por mis ausencias, plenamente justificadas como sabe ja, que ayer me reprochaba amablemente algún cobloguero. Comprenderán que hay columnas, como la hoy mismo, que uno lee siempre con gusto, lo que quiere decir que si no comenta nada puede deberse a causas muy diferentes. En mi caso he tenido tribunales de oposición (ajena, claro, ¡a estas alturas!) y fuera de mi país de residencia habitual. Y sí, el otoño es jodido y nunca sabré por qué si lo que tengo delante de mi casa, en pleno campus, es un bosque enrojecido por la agonía y una alfombra profunda de hojas muertas.

  4. Eleuterio dice:

    En una clave o en otra, lo cierto es que el otoño es siempre ocasión para que jagm se pared un momento y nos muestre el paisaje con sus bellezas y sus inquietudes. A mí también me gusta más la clave lírica con que otras veces lo ha glosado, pero lo que dice hoy me parece, en otro sentido, tan interesante o más.

Deja un comentario